Puta, oyó que gritaba al otro lado de la calle. De forma sonora, contundente, haciendo que el tiempo se detuviese un instante. Había oído esa palabra antes pero en ese momento tuvo un significado. No era una profesión pues le habían enseñado que las mujeres que venden su cuerpo por dinero se llaman prostitutas. Tampoco era la alegría de su hermana mayor diciendo de puta madre. Ni el cabreo de su padre cuando gritaba puta mierda.
Puta eran unos labios rojos, unos ojos llorosos, unas piernas largas, una sonrisa amarga, una piel tersa, una presencia vehemente, una cabellera al viento y un vestido a juego. Puta era ella y lo era todo.
Paso toda la noche pensando en ella, incluso cuando sus fantasías le agotaron y cayo profundamente dormido siguió soñando con ella. A la mañana siguiente su único pensamiento era si la volvería a ver. Y no fue así. Jamás la volvió a ver. Siempre que pasaba por esa calle empezaba a otear en todas direcciones buscando su presencia. Pero ella no estaba.
Pasaron los días y se olvido de ella, en realidad la suplantó. Una niña de su colegio le recodaba mucho a ella y después de contemplarla durante muchos días se decidió. La vio sentada en la escalera durante un patio y le preguntó:
- ¿Quieres ser mi puta?